Primera entrega.
Oscar Molina: Petite-histoire-du-temps. |
Quería conversar sobre como sentiste esa sed que rodea al que se reconoce en una imagen por primera vez.
Me refiero muchas
veces a la resonancia como experiencia de reconocimiento y desplazamiento hacia
un lugar llamado uno mismo. Es movimiento
e implica placer, y al mismo tiempo compromiso y posicionamiento, inseguridad o
cierta insatisfacción que actúa como combustible.
Esa sed a la que te
refieres aparece en cualquier momento, en el encuentro con una imagen, o con
una música, quizás con un hecho sin importancia aparente. Eso que llamas sed me
parece que de una u otra forma existe previamente, en forma de actitud,
atención, disponibilidad.
En ese sentido hablo
de la “imagen semilla” como aquella que encierra la promesa de más imágenes, de
un proyecto, o del desarrollo de una obra. Es importante reconocer lo que
para cada uno puede ser una imagen semilla, reconocer la propia sed, asumirla y
actuar en consecuencia.
Seguro que la acción
supone algún tipo de prescripción, porque avanzar, caminar, y encontrar el agua
que satisfaga esa sed no es gratis, ni fácil, ni divertido. Es probable
que sea una experiencia apasionante.
Oscar Molina: Petite-histoire-du-temps. |
Desde
que te sentiste atraído por este lenguaje cómo fue la elaboración de un texto
propio y las fuentes de donde bebiste.
Empecé muy joven, con
una cámara que me regalaron cuando tenía diez u once años. El regalo incluía un
rollo de película de 12 tomas en blanco y negro. Cuando lo terminé y mis padres
lo llevaron a revelar les entregaron 12 fotografías que me parecieron, quizás,
las más maravillosas de toda mi vida. Mi abuelo en el jardín, mi madre sentada
en el patio después de tender la colada, la vieja tinaja con los dos peces
rojos, mi bicicleta, la calle de Manuel Ferrero vacía e infinita... esas fueron
mis primeras fotografías.
Cuando pedí un segundo
rollo mis padres me dijeron que el revelado y las copias habían sido demasiado
caras, y que de momento me tenia que conformar con la cámara, pero sin
película. Así que se les ocurrió decirme que mirara por el visor y
disparara aun sin tener película, y que después les contara las imágenes que
había hecho, que las escribiera o que
hiciera dibujos.
Y así lo hice, me
hinché a hacer fotos sin película, podía disparar sin límite todo lo que
quería, memorizaba algunas y después les contaba a mis padres las tomas que
había hecho.
Divertido y frustrante
a un tiempo, el caso es que no mucho más tarde me cansé del invento.
No me terminaba de
convencer eso de hacer fotografías que quedaban latentes en mi memoria para siempre. Fue no obstante una
experiencia que hoy, muchos años después, valoro muy positivamente. No conservo
ninguno de los textos ni los dibujos, pero sí alguna de esas primeras 12
fotografías. Probablemente esa primera relación entre fotografiar y escribir,
la necesidad impuesta de contar las imágenes, lo que también imponía un límite,
supusiera en esos momentos una experiencia seminal que quedó impresa en mi
emoción hacia la fotografía.
Un texto
propio
La elaboración de un
texto propio tiene lugar en el complejo espacio y tiempo del desarrollo
integral de la persona incluyendo al creador, al autor. Un texto propio no sólo
es el resultado de la aplicación o la suma de conocimientos, datos o
informaciones, ni siquiera creo que provenga de la adición de experiencias.
Trata más de una resta que de una suma. Como si la elaboración de un texto
supusiera avanzar en un camino de afinación en el que el objetivo fundamental
es quitar capas que ocultan lo que ya se es,
es decir, ir erosionando los sedimentos que ocultan el ser original, que está ahí potencialmente desde siempre, en ese
lugar de adentramiento al que se refiere José Ángel Valente en sus textos
poéticos. Por eso hoy, cuando casi todo lo que nos rodea invita a actividades y
deseos que se enfocan hacia fuera, hacia la suma de posesiones, conocimientos,
información, experiencias, cursos, etc., es tan difícil para muchos encajar la
idea de ser autores con encontrar el propio camino como creadores, elaborar
textos propios y realmente originales. Sencillamente muchas veces se va en
sentido contrario y, más se avanza, más se aleja de un posible encuentro.
En mi caso es así, y
la elaboración -constante- de un texto propio tiene más que ver con la
sustracción que con la adición, y para ello me han ayudado algunas
circunstancias personales, pero sobre todo la suerte de haber podido
relacionarme desde muy joven con la música, que desde entonces ha sido una de
mis principales fuentes de experiencia y conocimiento. Creo que escuchar e
interpretar música se encuentra entre las más interesantes e intensas prácticas
creativas. Además está al alcance de casi cualquiera. Escuchar no es meramente
oír. La escucha atenta implica no sólo la atención y la concentración, sino una
disponibilidad para el vacío, un vacío donde algo puede ser creado, recordando de nuevo a Valente. Es ahí,
en esa experiencia que es esencialmente temporal, donde hay alguna posibilidad
de elaborar un texto propio, que nace básicamente del silencio. La música me ha
acompañado y me ayuda mucho en esa experiencia.
Este estado de
disponibilidad permite que las fuentes y las influencias puedan penetrar,
generar el movimiento necesario para transformar los contenidos que luego van a
constituir el propio texto, el proyecto, la obra. Entonces se puede actuar con
cierta tranquilidad, ya que la acción probablemente contenga la semilla de la
originalidad y el resultado seguramente será original, provendrá del lugar
llamado uno mismo que es en sí mismo su origen.
Fuentes
....si tuviera que
mencionar a un sólo autor como fuente e inspiración constante sería sin duda
Johan Sebastian Bach.
Esas primeras imágenes que te movieron algo dentro. Existe un reflejo doble de lo que vemos en una fotografía.
Esas primeras imágenes que te movieron algo dentro. Existe un reflejo doble de lo que vemos en una fotografía.
Yo a eso lo llamo
resonancia.
Y no lo percibo
exactamente con un reflejo doble, sino como una suerte de experiencia en que
confluye el sonido, la energía, y el ser que parte de la obra original, y el
que tú mismo emites gracias a ella, ambos profunda y esencialmente vinculados
por una vibración que los conecta y que produce movimiento, movimiento que a su
vez produce vibración, y por lo tanto sonido, experiencia original.
En un texto que
escribí hace tiempo titulado “Para qué
fotografiar, entre el azar, la intención y la resonancia” cuento la experiencia
en un concierto en el que uno de los platillos de una batería situada cerca de
un piano de cola empezó a emitir un sonido cuando la pianista comenzó el
concierto. A los pocos minutos la intérprete paró en seco, y alguien salió
al escenario para pinzar el platillo permitiendo así proseguir el concierto en
silencio sin ese sonido resonante. El platillo se movía debido a las ondas
emitidas por el piano. Y resonaba. Resonaba porque se movía y se movía porque
resonaba. Cuando fue pinzado dejó de moverse y el sonido cesó. Pensé en ello y
en cómo podría estar ocurriendo en los espectadores sentados en el patio de
butacas. Seres resonantes. Pero
algunos quizás más que otros, o no, dependiendo del movimiento, o del grado de pinzamiento
en la experiencia de escucha en cada uno.
Utilizo la anécdota del platillo resonante
para intentar hablar de lo que llamas reflejo doble. No sé si es un reflejo
doble o un sonido reverberante y resonante que es singular, diferente, pero
vinculado a la fuente de la que proviene. En la historia del concierto la
fuente que hacía resonar al platillo era el piano, en un espectador de fotografías podrá ser la imagen, una
fotografía que puede o no hacer resonar al espectador, que a su vez es capaz o
no de moverse y crear su propio sonido, su imagen interior, su propia aventura
personal. En ese juego de sonido y movimiento están implicados activamente el autor, la obra y el espectador.
Podrías
expresar qué te transmitían las nuevas imágenes que antes no sentías y qué
veías de ti en tu identificación en aquellas fotografías.
Esto es muy difícil de
expresar. Probablemente tenga que ver con lo que
después he hecho como autor, con mis fotografías o proyectos.
Lo que sí te puedo
decir es que hay diferentes niveles de experiencia frente a una fotografía o
una obra que te transmita algo. Resumiendo mucho creo que hay dos niveles; la
experiencia del gusto, placentera y a veces acumulativa, formativa. Y la experiencia del
movimiento que es transformadora y que implica la idea de sustracción a la que
también me he referido antes. Creo que ambas experiencias, formadora (acumulativa) y transformadora (sustractiva) son
necesarias e importantes en el autor y en el espectador.
Cuando se aprende una
práctica, probablemente durante toda la vida, las experiencias acumulativas son
fundamentales como recipientes de información y de datos necesarios que amplían
el contenido y crean bagaje cultural, técnico, personal. Pero hay que tener en
cuenta que este tipo de experiencias meramente informativas
o formativas, fundamentales en cuanto a los contenidos, por sí mismas no construyen
contextos creativos. Por eso me parece muy importante el otro
nivel de experiencia que, frente a la formación, implica el movimiento de la
transformación y que tiene lugar de manera misteriosa, íntima, poco dada a
ser definida. Es decir, los contenidos son razón, y los contextos son
causa y efecto de la intuición y ahí precisamente surge la obra original. Luego, en una
especie de movimiento de vaiven, volverán los conceptos y las palabras.
Así que no puedo
expresar o definir lo que me transmitían esas imágenes, u obras o músicas,
porque precisamente se trataba y se trata de experiencias más cercanas al vacío
que a la definición de contenidos.
Se trata de movimiento,
silencio y sonido. Las palabras en todo caso rodean a esa experiencia, pero no
la pueden explicar. Para eso está la obra, que no explica, sino que presenta,
es decir, se hace presente.
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