Cada tarde poco antes de la caía del sol,
me acerco a caminar bordeando el río que pasa cerca de mi casa.
Un puente me conduce a un pequeño espacio de tierra
rodeado de agua que llaman "La Isla".
La primera vez que vi este lugar fue en una foto cuando era niño,
unas hermanas estaban sentadas en los troncos de los árboles
que se tumbaban hacía el agua,
envueltas en una tenue luz de atardecer.
Fue también la primera vez que experimenté la vibración vital
que puede transmitir una fotografía
y la emoción de imaginar a través de ellas otros mundos en este.
Pregunté donde estaba ese lugar que evocaba más un sueño
que un espacio real,
pedí que me llevaran
y desde entonces no he dejado de vivir
momentos mágicos y sugerentes
en mis paseos por "La Isla.
Esa Isla que contiene dentro,
como en una caja de fotos familiares,
imágenes de un tiempo.
Todas las tardes de este invierno
salgo a reencontrarme en ese mirar,
a mirar detrás de lo ya mirado,
en una sensación inagotable que sucede cada atardecer,
un sentimiento que me hace entender
que por debajo de nuestra cotidianidad,
también existe un mundo,
un mundo que con otra claridad aparece,
aparece en lo visible...
en lo visible de lo invisible.