Una intuición mirada.


Todos tenemos un ser dormido que quiere despertar a la realidad tal como es
y en este blog las imágenes, la música y la palabra son su principal vía.








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RUDOLF BONVIE.
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miércoles, 19 de junio de 2013

La imagen semilla. Conversaciones con Oscar Molina.


Primera entrega.

Oscar Molina: Petite-histoire-du-temps.











Quería conversar sobre como sentiste esa sed que rodea al que se reconoce en una imagen por primera vez. 

Me refiero muchas veces a la resonancia como experiencia de reconocimiento y desplazamiento hacia un lugar llamado uno mismo. Es movimiento e implica placer, y al mismo tiempo compromiso y posicionamiento, inseguridad o cierta insatisfacción que actúa como combustible.

Esa sed a la que te refieres aparece en cualquier momento, en el encuentro con una imagen, o con una música, quizás con un hecho sin importancia aparente. Eso que llamas sed me parece que de una u otra forma existe previamente, en forma de actitud, atención, disponibilidad. 

En ese sentido hablo de la “imagen semilla” como aquella que encierra la promesa de más imágenes, de un proyecto, o del desarrollo de una obra. Es importante reconocer lo que para cada uno puede ser una imagen semilla, reconocer la propia sed, asumirla y actuar en consecuencia. 

Seguro que la acción supone algún tipo de prescripción, porque avanzar, caminar, y encontrar el agua que satisfaga esa sed no es gratis, ni fácil, ni divertido. Es probable que sea una experiencia apasionante. 


Oscar Molina: Petite-histoire-du-temps.












Desde que te sentiste atraído por este lenguaje cómo fue la elaboración de un texto propio y las fuentes de donde bebiste.

Empecé muy joven, con una cámara que me regalaron cuando tenía diez u once años. El regalo incluía un rollo de película de 12 tomas en blanco y negro. Cuando lo terminé y mis padres lo llevaron a revelar les entregaron 12 fotografías que me parecieron, quizás, las más maravillosas de toda mi vida. Mi abuelo en el jardín, mi madre sentada en el patio después de tender la colada, la vieja tinaja con los dos peces rojos, mi bicicleta, la calle de Manuel Ferrero vacía e infinita... esas fueron mis primeras fotografías.

Cuando pedí un segundo rollo mis padres me dijeron que el revelado y las copias habían sido demasiado caras, y que de momento me tenia que conformar con la cámara, pero sin película. Así que se les  ocurrió decirme que mirara por el visor y disparara aun sin tener película, y que después les contara las imágenes que había hecho, que las escribiera o que hiciera dibujos.

Y así lo hice, me hinché a hacer fotos sin película, podía disparar sin límite todo lo que quería, memorizaba algunas y después les contaba a mis padres las tomas que había hecho.
Divertido y frustrante a un tiempo, el caso es que no mucho más tarde me cansé del invento. 

No me terminaba de convencer eso de hacer fotografías que quedaban latentes en mi memoria para siempre. Fue no obstante una experiencia que hoy, muchos años después, valoro muy positivamente. No conservo ninguno de los textos ni los dibujos, pero sí alguna de esas primeras 12 fotografías. Probablemente esa primera relación entre fotografiar y escribir, la necesidad impuesta de contar las imágenes, lo que también imponía un límite, supusiera en esos momentos una experiencia seminal que quedó impresa en mi emoción hacia la fotografía.

Un texto propio  

La elaboración de un texto propio tiene lugar en el complejo espacio y tiempo del desarrollo integral de la persona incluyendo al creador, al autor. Un texto propio no sólo es el resultado de la aplicación o la suma de conocimientos, datos o informaciones, ni siquiera creo que provenga de la adición de experiencias. Trata más de una resta que de una suma. Como si la elaboración de un texto supusiera avanzar en un camino de afinación en el que el objetivo fundamental es quitar capas que ocultan lo que ya se es, es decir, ir erosionando los sedimentos que ocultan el ser original, que está ahí potencialmente desde siempre, en ese lugar de adentramiento al que se refiere José Ángel Valente en sus textos poéticos. Por eso hoy, cuando casi todo lo que nos rodea invita a actividades y deseos que se enfocan hacia fuera, hacia la suma de posesiones, conocimientos, información, experiencias, cursos, etc., es tan difícil para muchos encajar la idea de ser autores con encontrar el propio camino como creadores, elaborar textos propios y realmente originales. Sencillamente muchas veces se va en sentido contrario y, más se avanza, más se aleja de un posible encuentro. 

En mi caso es así, y la elaboración -constante- de un texto propio tiene más que ver con la sustracción que con la adición, y para ello me han ayudado algunas circunstancias personales, pero sobre todo la suerte de haber podido relacionarme desde muy joven con la música, que desde entonces ha sido una de mis principales fuentes de experiencia y conocimiento. Creo que escuchar e interpretar música se encuentra entre las más interesantes e intensas prácticas creativas. Además está al alcance de casi cualquiera. Escuchar no es meramente oír. La escucha atenta implica no sólo la atención y la concentración, sino una disponibilidad para el vacío, un vacío donde algo puede ser creado, recordando de nuevo a Valente. Es ahí, en esa experiencia que es esencialmente temporal, donde hay alguna posibilidad de elaborar un texto propio, que nace básicamente del silencio. La música me ha acompañado y me ayuda mucho en esa experiencia.

Este estado de disponibilidad permite que las fuentes y las influencias puedan penetrar, generar el movimiento necesario para transformar los contenidos que luego van a constituir el propio texto, el proyecto, la obra. Entonces se puede actuar con cierta tranquilidad, ya que la acción probablemente contenga la semilla de la originalidad y el resultado seguramente será original, provendrá del lugar llamado uno mismo que es en sí mismo su origen.

 
Oscar Molina: Petite-histoire-du-temps.











Fuentes

....si tuviera que mencionar a un sólo autor como fuente e inspiración constante sería sin duda Johan Sebastian Bach.

Esas primeras imágenes que te movieron algo dentro. Existe un reflejo doble de lo que vemos en una fotografía.

Yo a eso lo llamo resonancia. 
Y no lo percibo exactamente con un reflejo doble, sino como una suerte de experiencia en que confluye el sonido, la energía, y el ser que parte de la obra original, y el que tú mismo emites gracias a ella, ambos profunda y esencialmente vinculados por una vibración que los conecta y que produce movimiento, movimiento que a su vez produce vibración, y por lo tanto sonido, experiencia original. 

En un texto que escribí hace tiempo titulado  “Para qué fotografiar, entre el azar, la intención y la resonancia” cuento la experiencia en un concierto en el que uno de los platillos de una batería situada cerca de un piano de cola empezó a emitir un sonido cuando la pianista comenzó el concierto.  A los pocos minutos la intérprete paró en seco, y alguien salió al escenario para pinzar el platillo permitiendo así proseguir el concierto en silencio sin ese sonido resonante. El platillo se movía debido a las ondas emitidas por el piano. Y resonaba. Resonaba porque se movía y se movía porque resonaba. Cuando fue pinzado dejó de moverse y el sonido cesó. Pensé en ello y en cómo podría estar ocurriendo en los espectadores sentados en el patio de butacas. Seres resonantes. Pero algunos quizás más que otros, o no, dependiendo del movimiento, o del grado de pinzamiento en la experiencia de escucha en cada uno.

Utilizo la anécdota del platillo resonante para intentar hablar de lo que llamas reflejo doble. No sé si es un reflejo doble o un sonido reverberante y resonante que es singular, diferente, pero vinculado a la fuente de la que proviene. En la historia del concierto la fuente que hacía resonar al platillo era el piano, en un espectador de fotografías podrá ser la imagen, una fotografía que puede o no hacer resonar al espectador, que a su vez es capaz o no de moverse y crear su propio sonido, su imagen interior, su propia aventura personal. En ese juego de sonido y movimiento están implicados activamente el autor, la obra y el espectador.

Podrías expresar qué te transmitían las nuevas imágenes que antes no sentías y qué veías de ti en tu identificación en aquellas fotografías.

Esto es muy difícil de expresar. Probablemente tenga que ver con lo que después he hecho como autor, con mis fotografías o proyectos. 

Lo que sí te puedo decir es que hay diferentes niveles de experiencia frente a una fotografía o una obra que te transmita algo. Resumiendo mucho creo que hay dos niveles; la experiencia del gusto, placentera y a veces acumulativa, formativa. Y la experiencia del movimiento que es transformadora y que implica la idea de sustracción a la que también me he referido antes. Creo que ambas experiencias, formadora (acumulativa) y transformadora (sustractiva) son necesarias e importantes en el autor y en el espectador.

Cuando se aprende una práctica, probablemente durante toda la vida, las experiencias acumulativas son fundamentales como recipientes de información y de datos necesarios que amplían el contenido y crean bagaje cultural, técnico, personal. Pero hay que tener en cuenta que este tipo de experiencias meramente informativas o formativas, fundamentales en cuanto a los contenidos, por sí mismas no construyen contextos creativos. Por eso me parece muy importante el otro nivel de experiencia que, frente a la formación, implica el movimiento de la transformación y que tiene lugar de manera misteriosa, íntima, poco dada a ser definida. Es decir, los contenidos son razón, y los contextos son causa y efecto de la intuición y ahí precisamente surge la obra original. Luego, en una especie de movimiento de vaiven, volverán los conceptos y las palabras.

Así que no puedo expresar o definir lo que me transmitían esas imágenes, u obras o músicas, porque precisamente se trataba y se trata de experiencias más cercanas al vacío que a la definición de contenidos. 
Se trata de movimiento, silencio y sonido. Las palabras en todo caso rodean a esa experiencia, pero no la pueden explicar. Para eso está la obra, que no explica, sino que presenta, es decir, se hace presente. 


Oscar Molina: Petite-histoire-du-temps.